jueves, 9 de octubre de 2008

La medicina no es un negocio, sino un servicio público

Reproduzco el artículo CHEJOV Y LA FARSA de Javier Cercas publicado en el Pais Semanal del 05-10-2008, porque me ha gustado su interés y reflexión acerca de la Sanidad Pública.

Este verano, un amigo me pidió un favor. No siempre se puede complacer a los amigos, pero en este caso es fácil: se trata sólo de que cite en esta columna unas líneas de Chéjov. Como Chéjov, mi amigo es médico; un buen médico, de hecho, igual que lo fue Chéjov. Desde hace un par de años, sin embargo, mi amigo ya no ejerce; siempre trabajó en la medicina pública, pero dejó de hacerlo, y no porque dejara de creer en la medicina pública, sino porque sentía que lo que estaba haciendo ya no servía para nada. Debo advertir que mi amigo es un radical: para él, la medicina no es un negocio, sino un servicio público, así que nunca practicó la medicina privada y siempre ha vivido con lo justo. Por lo demás, no considera que la medicina pública en España sea mala; al contrario: considera que es muy buena, pero también que podría ser mejor, y que para serlo sólo le hace falta una cosa, y es que los médicos puedan relacionarse con los pacientes como personas, que les dejen hablar, que les den tiempo de contar lo que les pasa, aunque lo que les pase no sea nada, o sobre todo entonces, porque si no les pasa nada, es que eso es precisamente lo que les pasa, y es grave. Mi amigo, como se ve, cree que las palabras curan tanto como los antihistamínicos, si no más, y las palabras se fabrican con tiempo; según él, no se trata de que el médico se haga amigo del paciente, sino sólo de que no le trate como en aquel chiste en que un hombre entra en la consulta diciéndole al médico: "Doctor, nadie me hace caso", y el doctor contesta: "¡Siguiente!". En fin, quizá son sólo cosas de mi amigo; yo no sé: me limito a decir lo que él dice (y, por cierto, a omitir su nombre, para que las cartas de protesta no se dirijan contra él, sino contra mí, que cobro por esto). En cuanto a Chéjov, las líneas que siguen las escribió en un relato de 1890, pero según mi amigo reflejan el estado de ánimo de muchos médicos que se sienten como él: "Al principio, Andrei Yefímich trabajaba con mucho afán. Visitaba enfermos desde muy temprano hasta la hora de comer, hacía operaciones e incluso atendía partos (...) Pero con el tiempo se fue aburriendo notablemente, tanto por la monotonía del trabajo como por su inutilidad. Hoy tienes treinta pacientes y al día siguiente ya te han caído treinta y cinco, y al día siguiente cuarenta, y así un día tras otro, un año tras otro (...) Ofrecer una ayuda seria a cuarenta enfermos, desde por la mañana hasta la hora de comer, es físicamente imposible, o sea que, aunque no lo quieras, resulta que todo es una farsa. En un año de ejercicio he visitado doce mil pacientes; o sea que, en pocas palabras, he engañado a doce mil personas".

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